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Je T´aime moi non plus

Sucede que tenía muy buenos amigos allá en tierras que, valgan verdades, nunca fueron de ningún inca. Sucede que, como con el amor, lo que se viven son instantes que se disuelven en el tiempo. Esa canción Je T'aime moi non plus es el reclamo del instante; es una pluma que se desliza por el tiempo y nos hace cosquillas en el órgano más pequeño; en el órgano más grande. 


Fue una canción polémica y hoy es, para mi, un himno al instante que sabemos ido; al que intuimos perdido; a todos esos segundos que se traslapan inevitablemente entre el ayer, el hoy y el mañana. Cada segundo vivido, cada palabra dicha, cada gesto y todas las miradas de complicidad en una canción: dos viejos amigos atravesando con pensamientos impuros el deseo romántico de una Maga. 


Es una canción de recuerdos diversos, de tríos insondables, de cafés, de comedores centrales, de escondites como conversaciones intensas bajo el frío limeño de agosto. Es entrar y salir a la misma vez, una gota y una nube graciosa cubriendo nuestra realidad política con el rabo. Y todo sucede porque tengo muy buenos amigos o tengo muy buenos recuerdos de muy buenos amigos o tengo recuerdos amigos en muy buen estado (y soy joven aún). Suceder, es gracioso, es el desplazamiento en sí cuando uno quisiera hablar de permanencias, de historias imborrables. Pero todo sucede, cada palabra sucede, cada letra sucede, cada sonido, mirada, pensamiento... Y sucede el deseo de transcender; sucede la trascendencia como en el choque de dos corrientes, una fría y otra caliente, formando un remolino, un huracán de vida que solo es capaz de la más hermosa destrucción... esa destrucción que espera una reconstrucción inevitable. 


Yo tenía, yo tengo, yo tendré. Cada palabra dicha y no dicha, cada mirada, cada deseo guardado, cada análisis de tiempo y espacio, cada ser humano escrutado, cada dedo manchado y parlamento impugnado. Todo tiene tenía y tendrá su momento; en un recuerdo, en un te-quiero.Y cuando esté allá, seguirá sucediendo, seguiremos sucediendo e iremos a parar a ríos que irán a parar a mares que van a parar océanos que van a la indeterminación de lo que son, de lo que eran; a ser una masa inmensa cuyo movimiento es la quietud; cuyo peso es la levedad, cuya risa es el llanto. Suceder termina y comienza ahí; partimos de una orilla, de una arena humedecida constantemente y nos levantamos al primer contacto con la luz de una estrella que aún no hemos llamado sol; estiramos nuestras posibilidades y nuestra existencia multiplica los segundos en millones de años. Adquirimos esto y lo otro, una gramática, una sintaxis y osamos comunicarnos, dialogar y pronto comprendemos que no comprendemos nada y que todo es un gran signo de interrogación que no se resuelve con llamar a las cosas por su nombre. 


En nuestra incomprensión nos acercamos a aromas deliciosos que no duran más que un segundo, pero todo lo creemos eterno. En un momento dado nuestro caudal es impresionante y recorremos poderosos las selvas y los desiertos del mundo, creemos que nuestro destino es la velocidad y la fuerza. Que nuestro destino es cambiar el mundo y que nuestra fuerza nos de el poder para hacer que la Tierra gire en dirección contraria. Tanta velocidad sin miedo y tanta fuerza sin estrés se estrellan detenidas ante una masa inmóvil que abraza toda esa fuerza y toda esa velocidad y la convierte en una calma triste y peligrosa. 


Y ahí me encuentro, ante esa proximidad, cantando con cada célula de mi piel el himno que evoca esa penetración creciente; la contradicción envuelta en el amor consumado. El amor envuelto entre sus caderas, entre gritos de guerra y labios rosados.Sucediendo todo, sucedido nada.

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