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Pol


Había conocido a una persona entrañable. Había conocido un sinfín, un ardid. ¿Era indispensable la creación? ¿Era indispensable el sentimiento este que fastidia y que incita a crear? ¿Hasta que punto era positiva una actitud, un quehacer, una nostalgia bien plantada?

No cabía duda de que era una persona entrañable, se lo decían sus intestinos gruesos, el goce, el atreverse a hablar en público de las cosas más asquerosas. ¿Era necesaria la exhibición indecente? ¿La melancólica admisión del pasado? Lo llamaban Pol. Pol lo llamaban sus amigos, su barrio, su pasado quejumbroso, la vida lo llamaba Pol. La vida como sujeto parecía algo imposible; la vida como sujeto que realiza una acción, como actor de una obra, ¿acaso esa posible? Sin definir lo que era, lo que debía ser, entenderse como, admitir su devenir, sin interrogar sus contradicciones, tomando como principio y fin la existencia de un ser superior, de un destino, de una libertad.

Pol caminaba deslumbrado por la divinidad de las palabras que le arrojaban miles de predicadores. Hay que entender el termino predicador como bien se entendía el término cobrador en el siglo XXI. Estos se acercaban a cobrar su cuota mensual por garantías en el cielo. Pero Pol caminaba despacio sin mirarlos, hacía de oidos sordos, caminaba sin sentidos habiendo admitido la posibilidad de no ir a ningún lado después de morir. Con la convicción de quien no cree y punto.

¿Era así que se podía justificar la creación? La anti-creación por otro lado, ¿qué tanto más difícil podía ser justificarla? Una convicción tan entrañable, que parte de una noción ambigua del ser. Pol pasaba muchas horas en la biblioteca, leyendo, apuntando, interiorizando, culturizando, alfabetizando con términos filosóficos sin universo personal. Pol pasaba de la biblioteca a una mesa en el comedor central, de un plato caliente a un rincón de la universidad a reposar y de ahí, a la biblioteca de nuevo. Él lo llamaba el círculo del crecimiento espiritual revolucionario. ¿Revolucionario? Le preguntaron una vez. Revolucionario, pues, respondió algo alterado. Pol tenía uno ojos oscuros que daban miedo, la boca se le torcía cuando alguien le cuestionaba algo, se hinchaba y el cabello parecía despuntar atraído por la gravedad del sol o algún otro astro peculiarmente interesado en meter miedo. Revolucionario, pues.

Lo había conocido justo antes de las elecciones municipales; aguerrido se había lanzado al apoyo de un candidato. Aguerrido nos hablaba después de clases a todos mientras tomábamos nuestro café. Estupefactos, anodinos y meditabundos quedaban algunos al ver como se hinchaba su pecho, se agitaban sus brazos y sus ojos negros asumían a cada instante porcentajes más altos de transparencia. Cuando terminaba no quedaba mucho que discutir, la segunda clase había comenzado y era más importante conocer los pormenores de los hijos de una profesora, que asumir la vida. La vida nuevamente. Esa palabra tan inescrupulosa, entrometida, nerviosa, pusilánime, arcaica, troglodita, vanidosa, chimosa e inaudita. Había que cambiar algunas palabras, había que esputar a vida y sus derivados. No se podía seguir siendo revolucionario si no se trompeaba uno primero con la vida. El esclarecimiento de la definición iba más allá de una veloz consulta a la rae.es. Algo más, se decía, algo más debía suceder ahí. Tal vez era más importante conocer el funcionamiento mágico-físico de un ipod touch, un blackberry o un xperia 10 (mini). La vida podía ser, simple y llana, circunspecta y silenciosa, una suma y resta de posibilidades de que el gato de Schrödinger estuviera o no ahí.

1 comentario:

Mixha Zizek dijo...

Muy interesante la creación de este antihéroe, me pareció muy creativo y si no es ficción parece sacado de la ficción, me gusta este texto, te seguiré leyendo si me lo permites, besos