Y cada vez más cerca de una luz incandescente, cada vez más cerca de una mesa que brille, de un lapiz que hable, de una oruga que cante. Y cada vez más cerca, dentro o afuera, de una oscuridad que traiga bajo el brazo la posibilidad de acceder al conocimiento que se nos escapa en la supremacía de la especie. Sí, cada vez más cerca, me siento cerca de la renuncia, del desprendimiento racional de toda razón, de toda fe y de todo misticismo... dejar el camino libre de mala hierba, recostarme junto a la hormiga que valora su camino; lo respeta, lo adorna con su presencia, con un movimiento alegre y automatizado, con una armonía que trasciende su ser y se reelabora en miles de millones, una comunidad, la única posible.
Y cada vez más cerca de una luz incandescente que me devuelva al tiempo en que no era más que una posibilidad liliputiense, una miasma a la espera del soplo divino. Que no daría por volver y quedarme allí prendado de una sublime posibilidad, dejarle a los tontos valientes la añoranza de una libertad de albedrío. Que no daría por reafirmar la posibilidad sobre el hecho consumado y cada vez sentirme más cerca del barro, del océano y la pulga.
Y cada vez más cerca de una luz incandescente cuyo destino sea la oscuridad impertérrita del agujero negro, la claridad de la estrella enana, de un sol resignado a expirar, a un planeta que implosione sin que se sienta en el universo ninguna pérdida valorable, que valga más una supernova por su belleza armónica que el ser que la describe y la admira. No hemos hecho más que describir aquello que no podemos ser, no hemos creado la belleza, ni el arte... Somos tan limitados que solo podemos apreciar aquello que nombramos y es tanto lo que se nos escapa, tanto a lo cual no le hemos puesto un nombre, una fecha-flecha que lo coloque en el libro del ser.
Y así, cada vez más cerca, no de la bala, ni del salto al vacío, algo más cerca de lo no-sublime, de lo no-arte, de lo no-humano. Y así, cada vez más cerca, resignación, pleitesía al Creador, adoración al sol, al tigre, a la marmota, al león, al cóndor, a la serpiente, al águila, a la cobra, a la hormiga, al mar, a la ola, a la roca, a la arena, al magma, a un torbellino feroz que arranque mi alma y me devuelva la vida.
Y cada vez más cerca de una luz incandescente que me devuelva al tiempo en que no era más que una posibilidad liliputiense, una miasma a la espera del soplo divino. Que no daría por volver y quedarme allí prendado de una sublime posibilidad, dejarle a los tontos valientes la añoranza de una libertad de albedrío. Que no daría por reafirmar la posibilidad sobre el hecho consumado y cada vez sentirme más cerca del barro, del océano y la pulga.
Y cada vez más cerca de una luz incandescente cuyo destino sea la oscuridad impertérrita del agujero negro, la claridad de la estrella enana, de un sol resignado a expirar, a un planeta que implosione sin que se sienta en el universo ninguna pérdida valorable, que valga más una supernova por su belleza armónica que el ser que la describe y la admira. No hemos hecho más que describir aquello que no podemos ser, no hemos creado la belleza, ni el arte... Somos tan limitados que solo podemos apreciar aquello que nombramos y es tanto lo que se nos escapa, tanto a lo cual no le hemos puesto un nombre, una fecha-flecha que lo coloque en el libro del ser.
Y así, cada vez más cerca, no de la bala, ni del salto al vacío, algo más cerca de lo no-sublime, de lo no-arte, de lo no-humano. Y así, cada vez más cerca, resignación, pleitesía al Creador, adoración al sol, al tigre, a la marmota, al león, al cóndor, a la serpiente, al águila, a la cobra, a la hormiga, al mar, a la ola, a la roca, a la arena, al magma, a un torbellino feroz que arranque mi alma y me devuelva la vida.
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