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(texto salvado del entierro)

Allá no es aquí, ni para ti ni para mí. Fuiste motivos y razones, pero sobre todo esa dosis de cariño que necesitaba con urgencia. Yo caía en la acera, en los baños, en las camas de terceros; tú me recogías, levantabas y me llevabas a casa. Me comprendías y no criticabas nada de lo que hacía, sabias que estaba buscando algo (algo siempre hace falta). Me seguías de lejos, siempre alerta a mis tropiezos cuando ya los porcentajes de alcohol eran altos en mis venas.

Aquí no es allá. Las calles eran curvas y accidentadas. Tú lo sabes bien. Aquí todo es plano y no entiendo por qué. Todo parecía nublarse en invierno, incluso mi madurez y objetividad. En esos días me dejaba llevar por aquello que una vez negué. Y lo negué tantas veces. Pero tú fuiste algo más que lucidez. Encontraste la manera de guiarme sin hacerlo, de ayudar sin renegar, de abrazarme más de lo que necesitaba sin anteponer la lástima.

Me volví torpe apenas respire este aire impuro. El cambio climático y algo que deje allá que no he encontrado aquí hicieron de mi un eterno tímido. Nunca me supe expresar con claridad. Me caí sin querer. Luego llegaste Tu. Aunque siempre estuviste ahí, llegaste a mi realidad y dejaste de ser esa sombra que me acompañaba y me dejaba a salvo en la puerta de mi casa (cuando era muy parte y todavía muy temprano; no tocabas el timbre). Tus abrazos iban llegando a mi alma cuando yo no podía sentir nada. Cuando recordar el color de tus ojos era imposible y a la mañana siguiente tenerte presente barajando diferentes nombres para llamarte. Inventaba amigos y personas amables, pero siempre me quedaba con la duda o la convicción de la duda.

¿Por qué esperabas que tuviera la vista nublada para acercarte a mi? Debiste dejarme reconocer tu voz. Por lo menos así sabría que hoy nos encontramos aquí y no allá.

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