“La contradicción solo sirve para señalar el carácter irreparablemente absurdo de la realidad o del lenguaje.” -. Octavio Paz
El carácter absurdo de la realidad o del lenguaje. En esta frase realidad y lenguaje están siendo igualadas en un mismo plano del conocer: necesariamente tenemos que seguir a Jacques Lacan en este sentido: las contradicciones del lenguaje son las contradicciones de la realidad; las contradicciones que emergen en el lenguaje, en un texto, son un reflejo, una manifestación de una realidad inoperante para sí.
Lo real
“Todas estas doctrinas (orientales) reiteran que la oposición entre esto y aquello es, simultáneamente, relativa y necesaria, pero que hay un momento en que cesa la enemistad entre los términos que nos parecían excluyentes.” -. Octavio Paz
Lo real es aquello que la realidad y el lenguaje no son capaces de asir: “nuestra unidad perdida”. Desde aquí vislumbramos lo Real, incapaces de Ser en él, incapaces de que sea funcional en nuestro andar: las palabras que usamos para describir lo Real (estas palabras), todas las frases, los párrafos, los ensayos, los libros que puedan escribirse sobre lo Real, tendrán que dar cuenta de la unidad; unidad de la cual hemos sido desterrados (he ahí el Edén). Mas, siempre imposibilitados de escapar al orden simbólico de las palabras, condenados al vacio.
Asumir el vacio
Tal vez no cuesta mucho generalizar. Es fácil y aquí vamos una vez más: todos los objetos que ha creado y creará el ser humano intentan llenar un vacío; es un único vacio, el vacio en sí que puede encarnar en vacios existenciales tan diversos o en vacios imperceptibles.
Ese vacío que en el lenguaje ha hecho evidente Jacques Lacan: el termino, el concepto, el significante que siempre falta: el lenguaje a partir de un sistema de negación, de exclusión (también lo dijo Cortázar: “la protesta tacita frente a la continua evidencia de la falta”). El escoger: acto continuo (y discontinuo) del ser humano evidencia una necesidad de excluir, de descartar términos, personas, momentos, etcétera. Los actos de escoger, seleccionar, tan ligados a frases que nos permiten esquivar las profundidades del ser: “lo hago porque me gusta” y su antípoda, “no me gusta, no lo hago”. El “gusto” por hacer o dejar de hacer solo se puede entender como manifestación de una selección inconsciente. Sí, inconsciente.
El inconsciente (Freud) es ese recinto impenetrable del Ser que paradójicamente es bombardeado sigilosamente todos los días. Recinto que en uno mismo se esconde, se escabulle siempre de nosotros: el mío de mi, el tuyo de ti. Lo que si podemos es hallar en el Otro las llaves a nuestro inconsciente. Al fin y al cabo seguimos siendo seres humanos expuestos en mayor o menor medida a las inclemencias del tiempo de las eras. Entonces, cuando salta un “gusto” en defensa de la independencia e individualidad de la persona, salta un resumen, un simplismo inevitable que da cuenta del inconsciente (y de su impenetrabilidad). Muy pocas personas podrían responder al “por qué”: por qué nos gusta lo dulce más que lo salado, el azul más que el rojo, la leche descremada más que la semidescremada, la noche al día, la luna, las estrellas, el sol…
Asumir el vacio es reconocer que el “gusto” no es nuestro, que no podemos dominar esas instancias: aunque las creamos muy nuestras, aunque a veces creamos que nuestros “gustos” son un reflejo vivo de carácter, personalidad y madurez (ese conocerse a sí mismo). Lacan se dio cuenta de eso: Yo soy a partir del Otro. Y Octavio Paz, “soy otro cuando soy”; “los otros que no son si yo no existo”. No es mío el deseo, no es mío el querer o, al menos, no es enteramente mío. El otro, desde mi concepción, ha ido moldeando lo que soy: lo que reconozco como Yo y lo que no. Crecer, esa ilusión de Ser, de decidir, de escoger, de poder PODER tomar o dejar cosas; crecer, esa ilusión de CONTROL sobre las cosas. Ilusión porque en el fondo del escoger libremente esta la imposición del inconsciente: de todo aquello que queramos o no se ha ido colando para conformar un sistema detallado de gustos, placeres y deseos.
Asumir el vacio es, valga la redundancia, reconocernos vacios: confrontarnos a la carencia de un Yo que nos habite. Todo ser humano se encuentra en esa condición de des-habitamiento. Quien nos habita es el Otro (Lacan). Todos somos Otro; nuestra persistencia de ser Yo es tal vez una evidencia de la existencia de un ser que Es el que Es. Lo que Copleston podría llamar un ser necesario en vista de nosotros seres contingentes. Entonces, asumirnos como seres contingentes expuestos a los objetos, al bombardeo de objetos empaquetados y adornados con la etiqueta de Yo. Objetos que creamos, reproducimos y adquirimos para ir dando consistencia a esa ilusión de Yo que nos persigue al nacer. Desde el nombre que se nos pone, desde que nos señalan a alguien y nos dicen “él es papa”, “ella es mama”: pero el Otro no es, el otro es otro, y lo que somos es otro; somos otro para otro en una cadena infinita de seres contingentes que se asumen ilusoriamente como Yo.
Yo no soy. Soy Otro.
2 comentarios:
Ves? Todo tu rollo lacaniano sólo para terminar admitiendo que no sería nada sin su papi Freud.
sinceramente estimadA "anonimo", "mi" rollo lacaniano sirve para decirte que, asi como Lacan no seria nada sin Freud, Tu no serias nada sin Mi!
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