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freudiana inspira a lacaniano

… es impresionante que lo que Es gire siempre sobre supuestos tan inestables o, mejor decir, tan sencillos de verlos caer y hacerse trisas por alguna nueva teoría; por ahora Lacan es como un agujero negro: ni la teoría más “luminosa” pueda acercársele sin caer en el imposible retorno: la luz de nuestro tan amado Yo (esa categoría luminosa que nos mueve, que nos hace posible, nos adorna, forma y hace sonreír; eso que creemos nuestro; en fin, esa convicción sin la cual no tendrían mercado todos los libros de auto-ayuda), esa luz, no se refleja hacia nosotros, no hay retroalimentación posible, no comprendemos nada más, porque Nada es lo único que “vemos”, que entendemos: la luz de nuestro querido Yo es absorbida para nunca más volver.

Es impresionante, Diana, que Tu me escribas, que Yo te escriba porque, paradójicamente al párrafo anterior, espejo es lo único que somos. Probablemente lo interesante a partir de esto sea darnos cuenta espejo de quienes somos más: tal vez somos un espejo incompleto siempre: siempre nos falta una pulida más (la interacción puede ser aquella pulida que falta siempre). La interacción, entonces, sería una evidencia de la falta. Para poner un ejemplo (perfumado como diría Cortázar), sé lo que sabe todo el mundo sobre el autismo, y para lo que me interesa, sé que un autista no interactúa: algo en su cerebro completo la pulida, pero el mundo, ¡oh mundo!, preocupado, agónico por saberse cierto, desesperado por ser la verdad, pugna por sacar a ese individuo de su “error”. Sé también que suelen hacerse daño; pero el daño, esa palabra con significado RAE, ¿no pediría, dado el contexto de su empleo especifico, a gritos un análisis acorde? El daño para nosotros siempre será malo, pero ya lo han dicho muchos, nosotros vivimos en un mundo de contrarios, de oposición que solo rasgos de lucidez pueden salvar para acaecer la unidad. El autista es un espejo de sí mismo, su mirada es distinta, no necesita de nosotros: que le digamos que lo amamos le es indiferente, no por insensibilidad, si no por que donde está amor e indiferencia han dejado de ser opuestos. Sin embargo, está aquí en medio nuestro, es como un lunar en la nívea piel de Nicole Kidman. Si hay algún error en todo esto, si a algo debemos llamar error, es a que ese individuo exista en este mundo, porque no es su lugar, no pertenece aquí y es probable que en el transcurso del tiempo se dé cuenta de ello y decida acabar con su existir aquí y entonces alguien califique sus actos como “hacerse daño”. Y nosotros, en ese afán por sabernos ciertos y no desiertos, insistimos en que es correcto lo que somos e implícitamente reconocemos que no hay nada mejor que la noción, explícita o implícita, del vacío: la imposibilidad de un Yo.

En mi discontinua lectura de El arco y la lira, he sentido que el espejo-Octavio-Paz refleja aptitudes, conocimientos y personajes diversos, pero sobre todo que alude siempre a la Otredad a partir de Machado y su “esencial heterogeneidad del ser”. Decir que somos Otro no es tan preocupante, es obvio que las personas que nos rodean nos modelan y que en la interacción nos re-conocemos y transformamos, que crecemos en esos vínculos de madre-padre-hijo, etcétera. Pero ese otro, ¿no es acaso Otro Otro también?; a fin de cuentas no-somos: no hay algo como Yo, decir, “Yo me llamo Esteban” es una triste redundancia, porque ese Yo es tan vago como Esteban. La relación Yo-Cuerpo-Esteban es una ilusión. El empeño por dignificar al ser humano a partir del cuerpo de carne y hueso es tal vez el error más grande que ha cometido la humanidad, porque nos ha limitado en el conocimiento de lo que somos (espejo); y nos ha limitado con algo tan limitado y tan poco concreto (a fin de cuentas polvo), tan efímero… Los intentos por salvaguardar el cuerpo nos han llevado a la estética plástica de los rasgos occidentales de belleza. Belleza, sí, se ha reducido a un concepto simplón y meramente superficial. Sin ese endiosamiento del cuerpo la relación Yo-Cuerpo-Esteban dejaría de ser tan solida y lógica; sin el Cuerpo Yo y Esteban caerían en la vaguedad que los elevaría a la unidad.

El autista descubre el truco y se niega a aceptar la relación ilusa: la autodestrucción de su cuerpo es el acto deconstructivista más sublime; en la plena conciencia de su completitud reconoce que el Cuerpo es un obstáculo hacia la unidad. Terapeutas y psicólogos en su misión “salvadora”, imponen a ese individuo el vacio que los habita.

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