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No se me dan los títulos sobre todo si se quiere escribir de una partida que aún no se da. Cómo se pone que uno se va, cuando aún no se viene. No se me dan los títulos, mucho menos ahora que tengo que despedirme de la geografía plana de este país, de sus relieves por edificiones... y el tiempo: cómo siempre la vida se ladea como árbol, como foca diciendo "sí", aplaudiendo, "sí", comiendo su pescado; no se me da ni un sol para amanecer sin frío y hay que esperar a que la Luna aparezca para caminar descalzo por la acera helada, caminar sin zapatos, a eso me refería, como en alguna de esas películas que por ser ya ficción sin dignas de comparación para quedar en ridículas, pero dar cuenta de su enanes frente a la realidad... y el tiempo: cómo siempre hay que cuestionar el tiempo y todo aquello que diga realidad 1, cosmovisión 0; patrañas, arañas, arrullas la masa con el tiempo y haciendo creer que vale la pena, dices "adios" a los niños caminando, a los ancianos arrastrándose por el pavimento, a las embarazadas metiendo codazo en el autobus, a las señoritas, a esos repollitos, pan-salido-del-horno, derritiendo mantequilla a su paso.

Por eso digo que no se me dan los títulos, desvarío, no se me dan, se me vienen y me vengo cien veces sobre el papel: obra-de-darte. Le doy duro a tus folículos hincahdos, a tu frente amplia le doy duro y contra la pared te acompaño a ver si nos entra el ABC de la realidad-irrealidad, de la tranquilidad que cuesta un balazo en la cien, del pan con leche, la mantequilla gruesa y un par de tortillas de maiz para llevar. La ficción, cómo no, en su máximo esplendor, sana las heridas, logra conjugar en la ironía la unión perfecta entre oriente y occidente, europa y américa, ying - yang, ya-cachi-te-vi. Por eso digo.

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